El huerto macabeo ha constituido una costumbre transmitida de generación en generación en nuestro pueblo y ha servido como fuente de sustento familiar ante la ausencia de servicios que comercien con los productos comestibles necesarios.
Además de las diversas faenas diarias como atender a la familia, la mujer macabea encontraba el tiempo para trabajar el huerto familiar, que generalmente lo ubicaba en la parte posterior de la vivienda.
Los materiales que se utilizaban para la realización del huerto se encontraban en el medio sin dificultad, como la chonta, guadúa, el pindo del río, y dependiendo de la creatividad o interés de los propietarios solían partir la corteza de la chonta o de la guadúa formando murallas compactas que defendían a la huerta de la acción de los animales roedores y otros depredadores, o en su defecto lo ubicaban con una diferencia de 10 cms, entre las chontas y guadúas, en forma vertical. Algunas macabeas acostumbraban a cerrar la huerta con pindos en forma romboide, y dejaban un espacio para construir la entrada del huerto, que generalmente era de tabla rústica.
El tamaño del huerto macabeo, aproximadamente, tenía una medida de 5 x 5 mts. o más, dependiendo del predio. Su cultivo dependía del clima imperante, así: cuando llovía las tareas de sembrado del almácigo eran más frecuentes, acostumbraban a consultar el almanaque Bristol a efecto de tener éxito en el cultivo de las plantas.
La preparación de la tierra para la siembra se la realizaba de la siguiente manera: se limpiaba la maleza que luego de algunos días era quemada, la misma que servía de abono para la siembra del tomate silvestre y del culantro. Posteriormente se removía la tierra formando rectángulos que se llamaban parcelas, divididas, unas de otras, por pequeñas cunetas que permitían la circulación del agua. En un huerto habían varias parcelas, dependiendo del espacio disponible en donde se cultivaban la lechuga, la col, la cebolla blanca y otras.
Entre las plantas cuyos productos servían para la alimentación familiar estaban: col, lechuga, tomate, el ají, achoccha, achiote, culantro y ciertas especies de fréjol.
Las plantas medicinales se sembraban de manera complementaria a los costados del huerto, especialmente la verbena, el berro, teatina, hierva mora, escansel, sangurachi, orégano, violetas, malva, etc.
Para proteger el huerto de los insectos dañinos acostumbraban a utilizar el clordano (químico granulado) que era colocado al pie de las plantas y así evitar su destrucción.
La responsable del cuidado, cultivo y mantenimiento del huerto familiar era la ama de casa quien intercambiaba sus productos con los vecinos y familiares cercanos.
En nuestros días esta costumbre ha resurgido pues tendía a desaparecer, pero debido a la crisis económica, propios y extraños han vuelto a mirar al huerto familiar como alternativa de sustento alimenticio.
Darío Alarcón Jaramillo, Macas en el Umbral de los Recuerdos, Casa de la Cultura, Núcleo de Morona Santiago
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