miércoles, 2 de marzo de 2011

EL MATRIMONIO

Familia macabea: Templo de fe y del buen ejemplo
Cada pueblo tienen su interior un sinnúmero de vivencias que han hecho historia, permitiendo de esa forma relucir su folclor, riqueza cultural parte del desarrollo de sus ciudadanos.

En nuestra ciudad de Macas tenemos hechos y costumbres de los antepasados, hombres y mujeres que nos dejaron su maravilla cultural. Por ello, con el valioso aporte de algunas personas conocedoras de esta reliquia cultural me permito, querido lector, participar a ustedes una de ellas.

El matrimonio, en los tiempos de antaño, fue considerado como uno de los actos sublimes y sagrados de la vida, pues era considerado una bendición de Dios y por el respeto que debían guardar a sus padres y a los demás y, de manera particular, en la pareja.

Cuentan que en esos tiempos casi no había noviazgo, ya que las parejas no tenían la libertad para decidir o elegir por la rectitud de los padres y el mismo ambiente de familia que vivían los pobladores.

Para que se dé un matrimonio cuentan que un joven debía ser maduro, con una edad de 27 a 30 años en adelante. En esa edad es cuando los papás de joven comentaban que su hijo y ya debía contraer matrimonio. Conversaban de las cualidades de la joven que habían elegido; días más tarde, visitaban la casa de los padres de la señorita, allí dialogaban del interés que tenían por el casamiento de su hijo, mientras esto ocurría bebían chincha y fumaban el tabaco paisano del lugar. Luego de esta conversación se retiraban para en otro momento formalizar el pedido.

Los padres de la señorita le comunicaban de la visita recibida, le preguntaban si quería casarse con el hijo de dicha familia, a lo que ella respondía: "no se, ¡casarme!, que dicen ustedes, si ustedes quieren, bueno". En el siguiente diálogo, con la presencia de los dos jóvenes, se formalizaba el compromiso. En señal de ellos, el joven y la muchacha se daban la mano. Al momento se le entregaba un rosario, medalla o más común, un pañuelo de seda. En ese día fijaban a la fecha de la boda y los preparativos que tenían que hacer. Los preparativos del matrimonio consistían, entre otras cosas, el moler la caña de azúcar para la chicha, pelar el maíz para el mote y preparar la leña.

Llegada la víspera del matrimonio, despostaban un ganado grande, un chancho, pelaban las gallinas y dejaban preparando los aliños con sal, achiote, cebolla, culantro, anís, orégano, menta y el poleo (hierba).

El matrimonio civil lo celebraban ante el Teniente Político y luego se retiraban a sus casas, respectivamente.

Para el matrimonio eclesiástico debían esperar la llegada del sacerdote visitador, un jesuita que llegaba de Riobamba. Con la presencia de misioneros se cumplía el casamiento.

Al llegar a la casa, con "¡Viva los novios!", la música, el baile y la gran chicha, iniciaba la fiesta.

El momento de la comida todos se sentaban en las cutangas (banquitos de palo), mientras la yuca, los pedazos de carne, se colocaban las hojas de plátano tendidas en el suelo. El caldo de gallina, la carne molida, el cuy con papachina y el maní lo servían en platos de barro con cucharas de palo pequeñas. No podía faltar el ají picante y la guayusa servida en pilches.

La fiesta estaba animada por alguna persona que conocía de la música con la guitarra (vulgarmente conocido como el arpa). Al son de la música todos bailaban alegremente con sus pañuelos en la mano.

En ese entonces la música más conocida era el sanjuanito, la maravilla y la mashasha, que decía así:

Mashasha mashasha,
tuviste razón.
Auraca cumplirás
con tu obligación.

Durante la fiesta los acompañantes traían poros de chicha para regalar a los novios. Llegada la noche seguían bailando y bebiendo y los alumbraban la vela de cera, el mechón de copal y la mecha de cebo de ganado.

Dicen que baile duraba cuatro días consecutivos, después de ello una persona de confianza de la familia y el más respetado se encargaba de dar buenos consejos a los nuevos esposos, diciendo que sólo la muerte los podía separar. De esta forma se cumplía el matrimonio, el mismo que al pasar de los tiempos ha tenido grandes cambios en nuestra sociedad.

José Antonio Jaramillo P.   Macas en el Umbral de los Recuerdos, Casa de la Cultura, Núcleo de Morona Santiago

EL HUERTO MACABEO


El huerto macabeo ha constituido una costumbre transmitida de generación en generación en nuestro pueblo y ha servido como fuente de sustento familiar ante la ausencia de servicios que comercien con los productos comestibles necesarios.

Además de las diversas faenas diarias como atender a la familia, la mujer macabea encontraba el tiempo para trabajar el huerto familiar, que generalmente lo ubicaba en la parte posterior de la vivienda.

Los materiales que se utilizaban para la realización del huerto se encontraban en el medio sin dificultad, como la chonta, guadúa, el pindo del río, y dependiendo de la creatividad o interés de los propietarios solían partir la corteza de la chonta o de la guadúa formando murallas compactas que defendían a la huerta de la acción de los animales roedores y otros depredadores, o en su defecto lo ubicaban con una diferencia de 10 cms, entre las chontas y guadúas, en forma vertical. Algunas macabeas acostumbraban a cerrar la huerta con pindos en forma romboide, y dejaban un espacio para construir la entrada del huerto, que generalmente era de tabla rústica.

El tamaño del huerto macabeo, aproximadamente, tenía una medida de 5 x 5 mts. o más, dependiendo del predio. Su cultivo dependía del clima imperante, así: cuando llovía las tareas de sembrado del almácigo eran más frecuentes, acostumbraban a consultar el almanaque Bristol a efecto de tener éxito en el cultivo de las plantas.

La preparación de la tierra para la siembra se la realizaba de la siguiente manera: se limpiaba la maleza que luego de algunos días era quemada, la misma que servía de abono para la siembra del tomate silvestre y del culantro. Posteriormente se removía la tierra formando rectángulos que se llamaban parcelas, divididas, unas de otras, por pequeñas cunetas que permitían la circulación del agua. En un huerto habían varias parcelas, dependiendo del espacio disponible en donde se cultivaban la lechuga, la col, la cebolla blanca y otras.

Entre las plantas cuyos productos servían para la alimentación familiar estaban: col, lechuga, tomate, el ají, achoccha, achiote, culantro y ciertas especies de fréjol.

Las plantas medicinales se sembraban de manera complementaria a los costados del huerto, especialmente la verbena, el berro, teatina, hierva mora, escansel, sangurachi, orégano, violetas, malva, etc.

Para proteger el huerto de los insectos dañinos acostumbraban a utilizar el clordano (químico granulado) que era colocado al pie de las plantas y así evitar su destrucción.

La responsable del cuidado, cultivo y mantenimiento del huerto familiar era la ama de casa quien intercambiaba sus productos con los vecinos y familiares cercanos.

En nuestros días esta costumbre ha resurgido pues tendía a desaparecer, pero debido a la crisis económica, propios y extraños han vuelto a mirar al huerto familiar como alternativa de sustento alimenticio.

Darío Alarcón Jaramillo, Macas en el Umbral de los Recuerdos, Casa de la Cultura, Núcleo de Morona Santiago